Como no podía ser de otra manera, estreno nuestra ruta gatronómica con uno de mis restaurante preferidos de Alicante, el LLinares.
Aunque creo que han perdido en autenticidad (y en espacio) con el cambio de local, la calidad del producto sigue siendo fantástica y los puntos de cocción de pescados y mariscos perfectos.
Después de una ronda de cañas para abir boca empieza el espectáulo: quisquillas fresquísimas, cañaillas con medio Mediterráneo en cada una de ellas, espectacular hueva fresca a la plancha, navajas a la plancha de un tamaño más que considerable, almejas muy delicadas, también a la plancha, fantástica ensalada alicantina de capellán, tomate y aceitunas y un atún de ijada con patatas escabechadas como perfecta guarnición (me vuelven locas esas patatas).
Todo esto regado, como no, con una cuantas (o quizá demasiadas según a quién preguntes) frescas botellas de turbio, y muchas, muchas, muchas risas.
Para el postre no se complican, nos sacan su variadito de siempre con profiteroles con chocolate, leche frita y fruta de temporada. Para mí suficiente, pero entiendo que para los amantes de esta parte de la comida se puede quedar un poco corto.
Luego unos cafés y unas mistelitas y comida redonda.
¿El precio? 29 euros por comensal.
Salimos felices y encantadas. Ahora la pelota está en el tejado de Belén.
Ojalá que en la próxima estemos todas.
